sábado, 20 de diciembre de 2008

Elogio del Zapato

El compañero Daniel C. Bilbao, colaborador de "Insurgente", rescata el poema premonitorio "Elogio del Zapato" de César Young, escrito en 1934.





ELOGIO DE
L ZAPATO

(1934)


1

Yo me dejo llevar por mis zapatos
y no permito que me siga el otro
(cuando quiero bailar en un solo pie).

Lo cortés no me quita los zapatos,
si me encuentro en la calle con mujeres,
como ven, les presento mis zapatos.

El zapato es un método de viaje.
(Le choco a mis amigos los zapatos).
Y yo no le doy cuerda a mis zapatos
y ellos se levantan a la misma hora.

Pensar que Eva andaba sin zapatos,
y hay muchos niños con los pies desnudos,
se me ponen de punta los zapatos.

Por eso yo me voy a los infiernos,
porque según ya sé de muchos siglos,
no se usan zapatos en el cielo.



2

Es increíble la vida del zapato,
si se pierde el uno ya no existe el otro,
es como un matrimonio hasta la muerte.

No aguanto que me pisen los zapatos,
le declaro la guerra a quien lo haga,
y le pongo el zapato de sombrero.

(Y si hay algo que anda mal en este instante
-yo no sé si estoy viendo las estrellas-
es que me han dado duro en la cabeza
con un zapato que vomita rabia).

¡Qué me digo! Esto es un paréntesis.
Es que no sé por dónde voy pisando,
y se me están saliendo los zapatos.

Por lo demás, hoy luzco zapatos nuevos,
¡oh!, ven maravillosa amiga mía,
puedo tomarme un trago en tu zapato,
puedo bailar con tu zapato un tango.



3

Mis mejores amigos los zapatos,
deben llevarme presto hasta mi casa,
que ya perdí contacto con la tierra,
y de un momento a otro, sin pensarlo,
voy a estar haciendo aguas en la luna.

¡Oh! ¿Qué se han hecho mis zapatos nuevos?
(Llamo a mis zapatos por teléfono).
¡Vengan a buscarme en helicóptero!
Y por favor, no olviden los cordones.
-¡Al fin han llegado mis dos zapatos!
¡Barman! ¡Zapatos para todo el mundo!
¡YO PAGO!



César Young Núñez


***


ELOGIO DEL ZAPATO

(2008)


los hay calamitosos
marcan la tierra con paso proletario
llevan una sonrisa triste y una suela gastada
por eso duelen tanto las piedras del camino
se quejan como insectos frotando sus élitros
pero no son chicharras de la tarde, ni nocturnos grillos
en ocasiones se visten de espesa gelatina
desde donde la miseria espía al mundo
con ojos infantiles
los hay de gala
de refinado brillo y costumbres diplomáticas
acostumbrados a pisar delicadas alfombras
honras perdidas y cabezas ajenas
engalanan sonrisas y disimulan mentiras
caminan con los pasos de educados felones
y danzan olvidados de los artesanos
que en exclusivos talleres
dejaron el pellejo
pero hay otros
de calamitosa gala o de engalanada calamidad
que tienen el paso rengo de los que van por el mundo
con el paso torcido y las ideas rectas
su huella no se borra y los otros
se quitan el sombrero cuando pasan
sus dueños los untan con dignidad tempranera
y al mediodía ya deben sacudirles la rabia
son los de la redonda
perfecta y envidiable patada en el trasero
los de la módica justicia que nos salva
que lava los pecados de nuestra inconsistencia
que sacuden las puertas para negarse
que se marchan cuando es necesario
que regresan para poner el pecho
cuando hace falta
la patria va en sus pasos
fueron hechos para la tierra
pero tienen un don poético: pueden volar
cuando la dignidad no alcanza a sujetar el viento
furioso de los días
cuando los pasos ya no se aguantan la estulticia
zumban como abejorros hambrientos
la cabeza de los criminales

Daniel C. Bilbao

miércoles, 17 de diciembre de 2008

El niño yuntero


Sin lugar a dudas, "El niño yuntero" es uno de los poemas más sublimes de Miguel Hernández. Lo encontramos en "Viento del pueblo", e identificaremos en él los tres caminos de las heridas del hombre en una atenta lectura: la de la vida (lamentación), la de la muerte (imprecación) y la del amor (exaltación).

En cada trabajador, revive Miguel su propia tragedia de adolescente cabrero que arrea su ganado, de camino a la vega, saludando a amigos que prolongan estudios que él ha tenido que abandonar. Estremecedor poema.

Al final les dejo una interpretación musical del poema del gran Victor Jara.


EL NIÑO YUNTERO

Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
resuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.